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El Pasillo Estrecho: Un canto al progresismo americano




Cada vez que uno termina un libro, quiere poder definir su “sustancia” y si ésta es novedosa, inteligente o está bien soportada. Como se dice coloquialmente, ¿Es bueno?


Cuando terminé de leer el libro El Pasillo Estrecho de los profesores Acemoglu y Collins, entendido como una continuación de su exitoso y buen libro Por Qué Fracasan los Países, le queda a uno una sensación agridulce, como si no hubieran logrado su cometido. En parte, como veremos, por ese sesgo socialistoide que se tomó la academia gringa y que se puede resumir en la palabra hoy omnipresente en todas partes, la equidad. Como si fuera un término tan puro como el agua y sobreentendido por todos, cuando en realidad es un término difuso que va desde la igualdad de oportunidades hasta la igualdad total de todos los seres humanos en el planeta, y cada quien la adapta a su nivel de ideologización. Si es prosocialista la igualdad es total y el estado debe concedérsela a todo ciudadano proletario (otro terminacho mamerto difuso), nacido, nacionalizado, emigrado o que esté en el país por cualquier causa y no tenga recursos. Si Usted es demócrata, el estado y la sociedad deben procurar eficientemente otorgar igualdad de oportunidades a cada ciudadano para que pueda desplegar de la mejor manera sus competencias intrínsecas y sus planes de vida. Parte del principio de que todos somos diferentes, y que esa diferencia, es la que produce una sociedad, libre, diversa y guiada por principios, no por el seguimiento a líderes iluminados.


La metáfora del pasillo estrecho se utiliza como imagen de lo difícil que es para un país alcanzar simultáneamente la democracia y el desarrollo; es un pasillo estrecho al que hay que esforzarse por entrar y para permanecer. Como concepto, la entrada al pasillo se da por un adecuado equilibrio entre el estado y la sociedad, representado el primero otra vez de manera imaginativa en el monstruo de Hobbes, el Leviatán, y la sociedad, haciendo metáfora con el personaje de la reina roja del libro Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Los súbditos de dicha reina debían correr muy rápido solo para permanecer en su lugar; hay una hipótesis científica llamada de la Reina Roja, que describe la necesaria evolución continua de las especies solo para mantener el status quo con su entorno. Es decir, la sociedad debe estar siempre avanzando y evolucionando solo para mantener viva su democracia y controlar el Leviatán estatal.


El Leviatán en el pasillo solo existe encadenado por la sociedad con su efecto reina roja. Fuera del pasillo está el Leviatán despótico, propio de las autocracias y habitante permanente de la historia humana. Es el control de la sociedad por una élite y un líder que la someten a sus propósitos. Para mencionar solo los cercanos mencionemos a Cuba, Venezuela y Nicaragua. El otro Leviatán fuera del pasillo es el Leviatán ausente, la no existencia de un estado unificado, es el control de un territorio por varios hombres fuertes sin unidad de propósito. Es muy propio de sociedades tribales como algunas árabes y africanas. Ejemplos: Somalia y Yemen.


Hay un tercer Leviatán fuera del pasillo, en el que nos vamos a concentrar, porque representa a muchos países tercermundistas, en particular de América Latina y África, y uno de sus ejemplares más llamativos es un país llamado Colombia. Es el Leviatán de papel: la democracia falsa, llena de ritos formales democráticos pero que en el fondo es solo un modelo político que defiende una economía de extracción de rentas.


Utilizan los autores para referirse al caso colombiano una de esas frases demoledoras que acostumbraba Darío Echandía: el régimen colombiano es “un orangután con esmoquin”. Y la razón de esa consideración no es solo la falta de infraestructura, que como lo dijo Robert Kaplan, hace de Colombia un conjunto de ciudades estado, sino que se refiere al estado como botín, donde la burocracia se asigna sin meritocracia y solo por concepciones políticas. Y menciona las “corbatas”, los que ganan sueldo incluso sin trabajar, que en Argentina les dice ñoquis. Cita el caso del robo de Bogotá de los Moreno Rojas y concluyen que las “élites políticas colombianas tienen la costumbre de saquear el presupuesto nacional”. Luego explica el caso de adquisición de tierras baldías, que eran para democratizar la propiedad rural, por parte del ingenio Riopaila-Castilla, con base en que como dijo un abogado de Brigard y Urrutia: “La ley está para ser interpretada. Aquí no es blanco y negro”. Y así seguimos. “Debido a la forma en que utilizan el poder, los leviatanes de papel no pueden tener el monopolio de la fuerza física legítima o no. Colombia también ilustra las consecuencias devastadoras de la falta de monopolio de la violencia por parte del estado”. Y concluyen que desde Bolívar las élites colombianas no conocen ni entienden el país que gobiernan y lo refuerzan mencionando que el presidente Miguel Antonio Caro, la mente tras la Constitución más larga de Colombia, la de 1886, jamás salió de Bogotá ni tampoco lo hizo su sucesor José Manuel Marroquín. La constitución fue escrita solo para las gentes de tierras altas.


Los autores recurren también al consabido expediente de la academia gringa vergonzante de mostrar lo equivocado que estaba Hayek. Hayek criticó en su momento el intervencionismo peligroso del estado socialdemócrata británico en el mercado laboral justificado en la sociedad del bienestar, que efectivamente tuvo que ajustarse para no pasar la raya de la socialdemocracia al socialismo. Y dicen que el error de Hayek fue no reconocer el efecto equilibrante de la reina roja en la sociedad. Y que otro error, el que el “progresismo” gringo hoy más recalca en Hayek, es no reconocer que el estado ahora debe ser más intervencionista en la economía que antes. Y eso es claro, concluyen. Claro, sin demostración.


Esa frase mamertoide, se entiende un poco ante los problemas que ellos explican han producido la desregulación del sector financiero que llevó a la gran crisis financiera de 2008 y la no regulación de las empresas de alta tecnología con sus abusos de mercado, y expresan que en ese diagnóstico coinciden la derecha y la izquierda, pero que difieren profundamente en las soluciones. Y eso nos pasa también en Colombia: podemos compartir gran parte del diagnóstico con la izquierda, pero el tratamiento nos hace chocar. El régimen quiere seguir con la misma medicación para un creciente problema cardiaco, mientras la izquierda propone matar al paciente; lo trágico es que nadie propone un trasplante.


Finalmente, Acemoglu y Collins ven como la sociedad ideal al socialismo escandinavo, en especial al sueco y sobre todo al de las primeras décadas de la posguerra más que al actual, bien diferente. Y hablan de como la unión entre trabajadores, empresarios y campesinos logró el efecto de reina roja permitiendo seguir con el Leviatán encadenado. Y recuerda que los sindicatos renunciaron expresamente al marxismo y que los salarios se adjudicaron por salario igual para igual trabajo, sin importar la industria y que las ganancias de productividad las manejaba la empresa y no se repartían los trabajadores y que cuando el partido de gobierno que era fuerte por los trabajadores intentó cambiar eso, perdió el poder. Es decir, la sociedad sueca acordó que su modelo era la democracia liberal y el libre mercado, y el estado pudo entonces desarrollar la sociedad del bienestar.


Aquí Acemoglu y Collins cometen dos errores. El primero es creer que la sociedad del bienestar es un concepto estructural europeo y no una coyuntura histórica única donde se juntaron la devastación de posguerra, el inicio de la guerra fría y una estructura demográfica joven. Cuando eso varió, el modelo de sociedad de bienestar cambió, como lo muestra hoy el modelo sueco, donde ya no todo lo da el estado y hay que pagar por ciertos beneficios. Con una población envejecida el palo no está para cucharas. Y lo segundo es ignorar las leyes de escala que tan bien explica Geoffrey West. En sistemas complejos, lo lineal no existe y pasar realidades de países con poblaciones entre 5 y 10 millones de habitantes agrupadas en las pequeñas regiones que no son hielo perenne, a poblaciones de cientos de millones con inmensas áreas de terreno como Estados Unidos y Brasil, es cuando menos ilusorio y así lo reconocen, pero insisten en que se puede intentar imitar con ajustes.


Y finalmente, insisten en la necesidad de movilización social para lograr el pasillo estrecho. Una vez más se asume que el término es claro para todos. Ponen el ejemplo histórico gringo de una sociedad movilizada en clubes de vecinos o compañeros de trabajo o de hobbies que finalmente actuaban juntos frente al estado. Pero insisten en la necesidad de revitalizar los sindicatos de trabajadores, así se hayan visto disminuidos por sus posiciones extremas, considerando eso un mal menor. En Colombia la movilización social de esos sindicatos, abiertamente marxistas, tipo fecode o asonal judicial, llevan a la movilización social dirigida por la primera línea, a su vez financiada por la narcoguerrilla. Bastante va de una a otra, pero Acemoglu y Collins no lo consideran.


Definitivamente El Pasillo Estrecho de Acemoglu y Collins es un canto al progresismo gringo que deja un sabor agridulce. Aunque es un buen análisis, es incapaz de evitar el sesgo mamertoide.

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