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Extracto De “Gruñidos Imperiales” De Robert Kaplan


Colombia era como la Tierra en el tercer día de la Creación, primitiva e indómita, burbujeante y humeante, con junglas espesas y un manto selvático de retazos. La fauna de aves e insectos era las más prodiga del hemisferio, con la salvedad de Brasil.


Colombia tiene el tamaño del cuadrante sudoriental entero de Estados Unidos. Dios no podría haber diseñado un mejor paisaje para la anarquía y los forajidos guerrilleros, o más adverso para un gobierno central fuerte: un “paraíso de serpientes”, en palabras de Joseph Conrad. Mientras que México y Chile habían sido domados por unos valles centrales que rodeaban sus capitales, y las ciudades principales de Venezuela, Uruguay y Argentina se habían convertido en nodos dominantes del poder económico en sus respectivos países, Colombia desde la época precolombina, “ha carecido de rasgos topográficos centralizadores naturales”. La capital, Bogotá, nunca fue capaz de engranar con ciudades como Medellín, Cali y Cartagena, separadas entre ellas por espesuras salvajes e imponentes cordilleras, allá donde los Andes se partían en sus estribaciones septentrionales.


Desde sus inicios, Colombia siempre ha sido demasiado grande y demasiado pequeña. La conquista española materializó las divisiones topográficas, cuando diferentes grupos de conquistadores encaminados al norte desde Perú o al sur desde Panamá se establecieron en diferentes lados de las cordilleras. Las concentraciones urbanas de las tierras altas, frescas y fáciles de defender se necesitaban poco entre ellas; tampoco tenían los habitantes de esas ciudades de las montañas la posibilidad o los incentivos para desarrollar las selváticas tierras bajas en apariencia impenetrables y partidas por los afluentes del Amazonas y el Orinoco. A fecha tan tardía como 1911, la Enciclopedia Británica todavía podía escribir: “La mayor parte de este territorio está sin explorar, a excepción del curso de los ríos principales, y está habitado por tribus dispersas de indios”. En los albores del siglo XX, Bogotá era la capital del mundo a la que más difícil resultaba llegar, o poco le faltaba.


En realidad, Colombia era poco más que una red de ciudades-estado, a pesar de la creación a principios del siglo XIX por parte del general Simón Bolívar de la Gran Colombia, pensada para abarcar Colombia, Venezuela, Ecuador, y más tarde Panamá. La inmensa comunidad de Bolívar era sencillamente ingobernable, y se perdieron décadas en un gran desperdicio de revueltas recién sacadas de la novela Nostromo, de Conrad (ambientada, por cierto, en una república imaginaria, Costaguana, situada en algún punto cercano a la articulación de la América Central y la del Sur). Colombia era un mundo de esclavos e indios explotados por los colonos españoles, cuyos curas eran tan fanáticos y sanguinarios como los ayatolás iraníes de la actualidad. Los conflictos Iglesia-Estado fueron motivo de ocho guerras civiles, por no hablar de rebeliones de menor importancia.


Sin embargo, Colombia también es el país más autosuficiente del hemisferio con cantidades fabulosas de café, ganado, oro, esmeraldas y petróleo. El oro y el café dieron lugar a concentraciones obscenas de riqueza, como sucedería más tarde con las drogas. La “República del Café” de principios del siglo XX, como se conocía entonces a Colombia, se metamorfosearía en una verdadera República de cocaína a finales del siglo XX.


Con el tiempo, se despejaron los bosques de las tierras bajas y se saqueó su preciosa madera, así como el caucho en la cuenca del Amazonas cuando la difusión del automóvil creó una demanda. El resultado final fue el surgimiento de una violenta sociedad de frontera que, a través de la delincuencia y la emigración, llegó a amenazar la sociedad urbana de las tierras altas. Entre 1945 (población del país del orden de los 9,5 millones de habitantes) y 1964 (población del país, 17,5 millones) murieron 200 mil personas en una sangría entre campesinos, enfrentados entre ellos por los jerarcas liberales y conservadores. El dantesco espectáculo fue “tan vacío de sentido” que lo llamaron sencillamente “La Violencia”.


El capitán de la Guardia Costera […] no exageraba cuando me dijo que esa parte de Latinoamérica era más peligrosa que Oriente Próximo. Aún después del macabro asesinato del periodista Daniel Pearl por parte de Al Qaeda, cabe preguntarse si no podría ser peor, dado el historial de amputaciones y demás torturas de la zona, ser capturado por las farc. En Yemen podía viajarse por las zonas anárquicas bajo escolta tribal; en Colombia a menudo no existía seguridad salvo con el uniforme completo, dentro de un Humvee con una ametralladora montada. Como las guerrillas robaban uniformes del ejército y la policía gubernamentales, no siempre estaba claro quién montaba los controles de carretera. El ejército estadounidense consideraba Territorio Indio un porcentaje mayor de Colombia que de Yemen.


El cometido que parecía tener Estados Unidos tanto en Yemen como en Colombia era similar. Y era similarmente imposible: hacer países de unos lugares que nunca fueron pensados para ser países.

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