2020: El Año de Inflexión
2020 no solo será recordado como el año de la pandemia sino el año cuando el mundo cambió definitivamente. Occidente, desde la caída del Muro de Berlín y la subsecuente desaparición de la URSS, encabezado por los Estados Unidos acogió la tesis del Fin de la Historia y fue incapaz de entender lo que vendría en un mundo complejo. Pensaron que todos los países acogerían la democracia y empezaron a buscar un solo mundo globalizado donde el capital corriera libremente, pero reforzando las fronteras para impedir que la gente las cruzara. Capital sí, gente no.
Vino el despertar chino y se le aceptó que entrará en la globalización que regía la Organización Mundial de Comercio así no cumpliera todos los requisitos, pues en el sentir de Occidente al probar China las mieles de la democracia, se convertiría. China aprovechó esa condición especial e inundó al mundo con sus bienes; no se convirtió, solo se aprovechó, reforzó su carácter autocrático y empezó a ser un riesgo de seguridad, particularmente en el Pacifico.
Por su parte, el mundo árabe y musulmán, ubicado estratégicamente en el centro de las reservas y producción mundiales de hidrocarburos, con su nacionalismo mezclado de socialismo soviético que montó Nasser, había desembocado en un mundo de dictaduras que solo tenían en común su odio a Israel y por ende a Occidente, optó por el terrorismo como forma de lucha. El extremismo islámico, político y religioso a la vez declaró a Occidente su némesis y buscó la destrucción de los infieles.
Estados Unidos empezó a formar una corriente “progresista” después del fracaso de Vietnam, una guerra heredada del imperialismo francés, justificada en la teoría del dominó que decía que si un país caía en el comunismo sus vecinos también lo harían como fichas de dominó; el problema fue que lo que era esencialmente una guerra de guerrillas se peleó como una guerra convencional y cuando eso no funcionó vinieron los errores-horrores de los excesos contra los vietnamitas. La huida de los gringos desde los techos de la embajada estadounidense en Saigón fue una imagen que rompió el imaginario de la Segunda Guerra Mundial de la superpotencia. John Kerry, el Secretario de Estado de Obama que se reunió con las FARC en Cuba, dándole a este grupo carácter de contraparte del estado colombiano y la actriz Jane Fonda fueron parte de ese movimiento, que hoy vive en Hollywood, en la comunidad de política exterior y la academia.
Como los Estados Unidos no estaban preparados para el final de la guerra fría, la gran estructura militar y de inteligencia se empezó a mover entre quienes decían que había que desmontar semejante aparato bélico en el nuevo mundo y los que pensaban que habían nuevas amenazas que obligaba era a cambiar la concepción de las grandes fuerzas por equipos pequeños de alta movilidad apoyados por una inteligencia tecnológica centralizada gobernada por los jóvenes yupis de la política exterior; lo que llevó a decir al general Petraeus, comandante de las fuerzas en oriente medio y Afganistán, que la guerra la habían perdido por el power point, pues sus oficiales estaban más ocupados en sus presentaciones ante la comunidad de inteligencia que en sus responsabilidades militares en campo. Eso llevó a crear una gran estructura burocrática con luchas de poder internas por el presupuesto, que los convirtió en silos independientes que no se comunicaban.
Los enemigos externos tomaron buena nota de esto y el 11 de septiembre de 2001 atacaron a los Estados Unidos convirtiendo aviones convencionales en armas no convencionales con tripulaciones kamikaze que terminaron destruyendo el conjunto del World Trade Center de Nueva York y produciendo más de 3 mil víctimas, el peor ataque al territorio estadounidense en su historia. Pero lo más grave es que hizo ver a la primera potencia mundial impotente no solo para prevenir el ataque sino para controlarlo, pues los procedimientos terriblemente burocratizados de autorizaciones y permisos hicieron que la respuesta militar fuera imposible. Como efecto, la seguridad se hizo una valor en los Estados Unidos, afectando incluso derechos civiles.
Tener a George W. Bush en la jefatura del estado estadounidense, que era una muestra más de la sequía de líderes que venía afectando a los Estados Unidos desde los años 60, fue un grave accidente histórico. El petrolero Bush con sus colegas de trabajo en el mundo petrolero Donald Rumsfeld y Richard Cheney, aprovecharon la ocasión de dirigir la “guerra contra el eje del mal” para organizar mejor la logística de transporte de hidrocarburos en Oriente Medio y en vez de atacar a Arabia Saudita en donde había surgido Al Qaeda y que era el lugar de nacimiento de varios de los terroristas del ataque del 11S, se fueron contra Irak con el argumento de evitar que su líder Sadam Hussein se hiciera con armas nucleares, sin pensar en los difíciles equilibrios que se romperían en naciones de origen tribal donde la religión no solo es un tema religioso sino político y de comportamiento social. Igualmente atacó a Afganistán por dar refugio a al Qaeda, en ese momento en manos de la tribu talibán a la que había apoyado Estados Unidos en su lucha contra la Unión Soviética.
Fue la guerra más extraña de los Estados Unidos: ganó la guerra y perdió la paz. Rumsfeld en una semana anunció que se habían tomado Irak y derrocado el régimen prácticamente sin bajas; cuando empezó la paz y los ataques sobre las tropas por grupos tipo guerrilla, Estados Unidos empezó a poner victimas cuyo número fue creciente. La caída de Sadam no trajo una ola democrática sino una lucha tribal interna que destruyó el país y se expandió por Oriente Medio. Lo mismo pasó en Afganistán. Se incendiaron Siria y el Líbano y en ese maremágnum surgió el extremismos iraní y el tenebroso estado islámico. Estados Unidos se tuvo que inmiscuir a fondo para derrotar ese monstruo medieval, pero eso despertó la vieja geopolítica de la guerra fría poniendo a Estados Unidos contra el régimen sirio de Bashar al-Asad y a Rusia como su defensor. La caída de la Unión Soviética no produjo tampoco una ola de democracia en las antiguas repúblicas soviéticas, tanto las musulmanas como cristianas, que más bien se convirtieron en “fincas” de los antiguos dirigentes soviéticos como Shevardnadze, aunque las más occidentales como los países bálticos y Ucrania buscaron europeizarse, como lo intentó Turquía, de manera infructuosa. Occidente esperaba que el mundo se volviera demócrata, pero no estaba listo para aceptar “extraños” en su asociación.
Esto se estaba desarrollando cuando las grandes potencias occidentales ya estaban gobernadas por presidentes progresistas como Barack Obama en Estados Unidos y Ángela Merkel en Alemania, ésta última una especie de madre Teresa para los progresistas. El progresismo va asociado con la política de apaciguamiento y la filosofía de los derechos absolutos. Ese apaciguamiento en el Pacifico hizo que los países vecinos se sintieran amenazados y empezaron a ver con recelo a Estados Unidos como socio de defensa. En el caribe Obama reconoció a Cuba, fortaleció el régimen chavista de Venezuela y apoyó el fracasado proceso de paz en Colombia, permitiendo la expansión de las tesis del izquierdismo latino, más cavernario aún que el progresismo gringo. Por su parte Merkel buscando apaciguar a los rusos permitió que estos se vincularan fuertemente con Alemania, el corazón de Europa, y puso a su país y al resto del continente a depender de los hidrocarburos rusos, con el riesgo que eso implicaba, pues Rusia no ha vivido nunca en su historia en democracia, sino que ha pasado de autócrata a autócrata, siendo el último Vladimir Putin, antiguo miembro de la KGB, un convencido de la necesidad de recuperar el poder ruso, solo que en un país de economía débil basado en fuerzas armadas fuertes con gran poder nuclear. La política de apaciguamiento de los líderes occidentales, como toda política de apaciguamiento hizo el mundo más riesgoso.
El shock económico mundial de 2008-2009 producida por el descontrol del capitalismo especulativo fue aprovechado por el progresismo y los enemigos de la democracia para denigrar de la economía de mercado, más aún cuando no se observaron verdaderas acciones para castigar estos delitos y la ayuda financiera que fluyó a los banqueros especuladores fue un golpe para una clase media que se iba a empobrecer. El progresismo gringo se tomó el poder y controló los medios de comunicación, creando una fuerte división entre la visión progresista y el país profundo, centrado en los estados sureños que son la cantera de las fuerzas militares y que tienen muy arraigados sus valores libertarios y la creencia profunda que el estado debe ser vigilado y no ser el “gran señor” que defienden los progresistas. Estos llevaron al poder al populista Donald Trump por encima de la visión progresista demócrata, cuyo manejo en temas como calentamiento global y la pandemia, le crearon una fuerte resistencia en los centros del poder progresista gringo quienes se unieron para derrotarlo, llevando después al poder al vicepresidente de Obama, el apaciguador Joe Biden. Pero eso no solo no logró la unidad interna de los Estados Unidos sino que la profundizó. Las primeras medidas de Biden, enfocadas todas en borrar las decisiones de Trump internas y externas, se reflejaron en política exterior en mostrar debilidad frente a China que se tomó sin oposición la autonómica Hong Kong, creando aún más dudas en los aliados asiáticos sobre depender para defensa de los Estados Unidos. La siguiente acción fue la vergonzosa salida de Afganistán que recordó a los gringos las imágenes de Saigón. Con Biden llegó la política del multilateralismo atlántico y otra vez Estados Unidos se volvió el mayor aportante de la OTAN sin contraprestación europea.
Rusia amenazó con tomarse Ucrania justificándola en el riesgo que implicaba un vecina OTAN, aunque Rusia había acordado en el pasado con Ucrania que si el país desmontaba su arsenal nuclear ellos respetarían su autonomía, lo cual hizo Ucrania. Pero todos saben que ningún autócrata es confiable, pero menos aun si es ruso. Occidente y la OTAN dijeron que defenderían la independencia de Ucrania, pero cuando llegó el reto se ampararon en razones legales: Ucrania no es país OTAN, lo cual se debe a que no fue aceptada, como no se aceptó a este país o a Turquía en la Unión Europea y menos en la OTAN. La debilidad mostrada por Estados Unidos, la gran potencia mundial lo hizo un socio no confiable y todos supieron que deberían defenderse por su cuenta. El progresismo-pacifismo gringo creó inestabilidad en el Caribe, el mar Negro, el mar del sur de China y el mar Rojo. Hoy Rusia, Irán y China están en Latinoamérica como contraparte gringa con el apoyo de la Cuba a la que Obama quería “respetar” y sus satélites, Venezuela, Bolivia y Nicaragua. Además, el progresismo-socialismo latino con apoyo de esas contrapartes gringas desestabilizaron el subcontinente y cambiaron el régimen en Chile y Perú y ahora amenazan a Colombia, la cual debe entender que los gringos no protegen ya a nadie. Oriente Medio se desestabilizó y cayó una vez más en manos de autócratas antioccidentales y ahora la extremista Irán quiere tener poder nuclear y mantiene un conflicto grave con Arabia Saudita. Israel que nunca espera que lo defiendan, se fortaleció y ahora algunos países árabes han hecho acuerdo con el país judío, creando una nueva realidad; Israel siempre actúa preventivamente, posición que los mantiene vivos y saludables estando rodeado de enemigos.
El problema grave está en el centro del mundo, el mar del sur de China, que este país, ahora con crecimiento ralentizado quiere como su mar propio, lo que ha impulsado una carrera armamentista ante la debilidad gringa que ha llevado a que Japón, Corea del Norte y Australia se vieran obligadas a reforzar sus fuerzas militares para enfrentar a la autocracia china. Pero el caso de más impacto histórico es Japón que constitucionalmente tenía prohibido el tener una fuerza militar, pues desmontó esta prohibición e inició un programa de montaje de fuerzas militares de defensa con grandes presupuestos. Un Japón armado no se veía desde la Segunda Guerra Mundial. Pero la muestra de debilidad frente a Rusia en el caso de Ucrania llevó a que el otro gran perdedor de la Segunda Guerra Mundial y pacifista convencido, ante los riesgos que implica Rusia y la debilidad de la OTAN, ha decidido también montar unas grandes fuerzas militares por lo que destinó 100 mil millones de euros adicionales para sumárselos al presupuesto de defensa, levantar el presupuesto de defensa anualmente a un 2% del PIB y a desvincularse de los hidrocarburos rusos, para en cinco años contar con la mayor fuerza militar disuasoria de Europa. ¡Esto es un nuevo mundo nacido de la debilidad de unos Estados Unidos hoy gobernados por un progresismo debilitante, no solo en lo exterior, sino también en el interior, donde los problemas económicos y sociales se están agravando.
En este maremágnum dos cosas preocupan fuera de los vientos de guerra. Primero la comprobación que Naciones Unidas y todos sus entes son solo burocracias costosas e inoperantes, incluyendo la Organización Mundial de la Salud que no puso prevenir la pandemia del SARS COV2 y está manejado por un politiquero africano pro-China. Hoy, cuando la guerra volvió a Europa la ONU solo da declaraciones. Segundo, la guerra hizo olvidar el calentamiento global que además ha sido usado por el progresismo como un motivo más de “lucha” contra la democracia liberal y la economía de mercado. Una niña financiada como Greta Thunberg es más una militante progresista que una luchadora contra el cambio climático, en el que trabajan otras Gretas científicas y de realidad política, desconocidas, mostrando salidas a la debacle, que no tienen prensa. El cambio climático seguirá avanzando, pero enfrentarlo requiere una acción multilateral real que se hace más lejana en un mundo en conflicto.
Estamos en un nuevo mundo con una potencia americana gravemente afectada por una crisis económica de inflación y deuda impulsada por la política de subsidios masivos sin contraprestación que la puede llevar a una recesión y vista en el exterior con tremenda desconfianza, como un socio de seguridad no confiable. Con los viejos poderes otra vez armándose, Japón y Alemania, con las nuevas potencia ascendentes como China e India, con los grupos no estatales extremistas en funciones, con la vieja Rusia un país de ingresos medios jugando a retar el mundo con el miedo nuclear, con países parias como Corea del Norte y la misma Cuba y satélites, prever para donde vamos es una misión imposible, pero por ahora la inestabilidad es la norma. Biden está en su más baja opinión interna, pero no se ve una posibilidad de cambio correcto; la ausencia de líderes en los Estados Unidos se convierte en un riesgo mundial. Roosevelt, un demócrata de otros tiempos capoteó el riesgo del eje Tokio-Berlín-Roma, inmiscuyéndose antes de que entrará Estados Unidos oficialmente en la guerra, sosteniendo a Inglaterra y Rusia mediante la ley de Préstamo y Arriendo, yendo en contra de una mayoría aislacionista pero con el claro convencimiento que la amenaza que se cernía sobre el mundo no daba campo a las políticas pacificadoras. En 1940, casi dos años antes de entrar en la guerra ordenó adelantar el proyecto Manhattan para producir bombas atómicas porque sabía que la guerra que planteaban esos enemigos era total. Mucho trecho hay hoy entre el demócrata Roosevelt y el demócrata Biden. El pacifismo impulsó la Segunda Guerra Mundial; ¿impulsará la tercera o solo estamos ante la auto desaparición del poder estadounidense?